Cuando era niño y mis papás me llevaban a desayunar, siempre pedía hot cakes. Cuando fui un poco mayor ya no pedía hot cakes "dólar" (¿por qué tenían ese nombre? Mi teoría es que es una más de las estrategias del Imperio para manipularnos y controlarnos), esos eran para los niñitos, pedía los de adulto, tres hot cakes grandes rebosantes de miel y mantequilla. Abusaba de la miel y los bañaba en maple, nunca les ponía miel de abeja, la odiaba. ¿Cuál era el chiste de pedir hot cakes si se les iba a arruinar con miel de abeja? Me sabía (me sabe) demasiado dulce, demasiado azucarada. Nada como la morena y consistente miel de maple. Tiene el cuerpo ideal para caer calmadamente sobre la porosa y tibia superficie de unos humeantes hot cakes, coronados por una alegre bola de helado de vainilla, es ésta una de las visiones más perfectas. En un momento, todos los que se reúnen en torno a unos hot cakes se encuentran a salvo, nada hay que pueda perturbar ese instante.
Ahora que soy adulto (ja), pago mis cuentas y mis desayunos, sigo pidiendo hot cakes. Es cierto que en algún momento los abandoné en favor de los huevos al gusto, los chilaquiles con carne asada y los molletes, pero nunca dejé de pensar en ellos. Cuando era niño pensaba en por qué los adultos pedían enchiladas cuando podían pedir hot cakes, no lo entendía. Después comprendí que a veces a uno simplemente se le antojan otros platillos, al final del día lo cierto es que uno inexorablemente regresara a los hot cakes.
Me gustan los hot cakes.
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