A propósito del penoso incidente ocurrido el viernes pasado en el que doce personas, entre ellas nueve jóvenes (siete menores de edad), perdieron la vida al ser aplastados por una turba, Roberto Zamarripa escribió en su columna de Reforma acerca de las pocilgas a las que son lanzados estos jóvenes descastados y las nefastas consecuencias para la sociedad. El artículo completo puede ser consultado aquí. A continuación reproduzco los párrafos finales de su atinada reflexión.
Lo que los gobernantes tienen que entender es que para impedir que los jóvenes se enrolen en el circuito del crimen organizado (consumo de drogas, narcomenudeo, sicariato, enaltecimiento de la violencia criminal, la opción de la corrupción, el desentendimiento de la legalidad y las instituciones), aparte de predicar con el ejemplo hay que abrir los espacios y territorios para que la juventud los disfrute, los asuma y los recree.
La pocilga de Atzacoalco es el último cuarto de la casa de los espantos. Es uno más de los reservatorios de esos desclasados, inadaptados, excluidos, impertinentes y escépticos jóvenes que han sido arrinconados por una sociedad que los persigue antes que integrarlos y aprovechar su potencial. No caben en las escuelas: los echa la crisis económica y la mala educación. Los índices de reprobación son tan altos que desalientan y estigmatizan a jóvenes seducidos por otras vías para suponer que la sociedad premia más a los corruptos que a los honestos, a los narcos que a los policías, a los políticos cínicos que a los ciudadanos comprometidos. Estudiar no es vía de progreso sino pérdida de tiempo.
Por eso van a dar a las pocilgas, para aceptar las peores condiciones de una diversión, el hacinamiento, el alcohol adulterado, el túnel de la violencia y la droga, y refugiarse en el único lugar donde no los regañarán por reventarse. Sería mejor darles derechos a los jóvenes y no pocilgas como reservaciones que los escondan de una sociedad que los excluye.
Sería mejor eso que perseguirlos, macanearlos, convertirlos en presa de caza de los operativos mal diseñados que no espantan ni desarticulan, simplemente colocan a la policía mexicana en el ridículo y en el desprestigio.
Mucho tiempo le llevará a Marcelo Ebrard reivindicarse con los jóvenes. Pero si ése es el objetivo en la restauración de los daños ocasionados por la tragedia de Atzacoalco no se habrá entendido la lección. Estamos llevando a los jóvenes a las pocilgas. Cuando decidan salir de ahí, de esos infames encierros, la sociedad, sus autoridades, habrán de acordarse de que los regaños y maltratos dados a los infantes de poco sirvieron. Habrá otros que aprovecharán para mal su desesperanza. Sí, los mismos que se adueñan de los territorios a balazos y por la fuerza.
Lo que los gobernantes tienen que entender es que para impedir que los jóvenes se enrolen en el circuito del crimen organizado (consumo de drogas, narcomenudeo, sicariato, enaltecimiento de la violencia criminal, la opción de la corrupción, el desentendimiento de la legalidad y las instituciones), aparte de predicar con el ejemplo hay que abrir los espacios y territorios para que la juventud los disfrute, los asuma y los recree.
La pocilga de Atzacoalco es el último cuarto de la casa de los espantos. Es uno más de los reservatorios de esos desclasados, inadaptados, excluidos, impertinentes y escépticos jóvenes que han sido arrinconados por una sociedad que los persigue antes que integrarlos y aprovechar su potencial. No caben en las escuelas: los echa la crisis económica y la mala educación. Los índices de reprobación son tan altos que desalientan y estigmatizan a jóvenes seducidos por otras vías para suponer que la sociedad premia más a los corruptos que a los honestos, a los narcos que a los policías, a los políticos cínicos que a los ciudadanos comprometidos. Estudiar no es vía de progreso sino pérdida de tiempo.
Por eso van a dar a las pocilgas, para aceptar las peores condiciones de una diversión, el hacinamiento, el alcohol adulterado, el túnel de la violencia y la droga, y refugiarse en el único lugar donde no los regañarán por reventarse. Sería mejor darles derechos a los jóvenes y no pocilgas como reservaciones que los escondan de una sociedad que los excluye.
Sería mejor eso que perseguirlos, macanearlos, convertirlos en presa de caza de los operativos mal diseñados que no espantan ni desarticulan, simplemente colocan a la policía mexicana en el ridículo y en el desprestigio.
Mucho tiempo le llevará a Marcelo Ebrard reivindicarse con los jóvenes. Pero si ése es el objetivo en la restauración de los daños ocasionados por la tragedia de Atzacoalco no se habrá entendido la lección. Estamos llevando a los jóvenes a las pocilgas. Cuando decidan salir de ahí, de esos infames encierros, la sociedad, sus autoridades, habrán de acordarse de que los regaños y maltratos dados a los infantes de poco sirvieron. Habrá otros que aprovecharán para mal su desesperanza. Sí, los mismos que se adueñan de los territorios a balazos y por la fuerza.
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