martes, abril 01, 2008

Exigente

Soy muy exigente conmigo mismo. Tal vez demasiado. No me permito un error. No me permito fallar. No me permito mostrar la mínima debilidad. Mi comportamiento debe ser impecable, irreprochable. Nada en mi conducta debe ser motivo de revisión. Soy mi más exigente crítico. Todo el tiempo formulo los más severos juicios hacia mi persona. Como debe ser. No acepto la condescendecia de los demás ni sus justificaciones ni su patética compasión. Pueden ahorrarse sus explicaciones, no necesito su piedad ni su hipócrita comprensión.

Saco lo mejor de mí cuando estoy al borde de las situaciones. Soy el mejor, no puedo fallar. Odio sentirme frustrado, detesto equivocarme, me desprecio cuando hago algo mal. Me causo repulsión, soy indigno de mí mismo, siempre debo aspirar a la perfección, no permitirme la debilidad ni la lástima.

He tratado de no ser tan duro conmigo mismo pero no puedo. Siempre me exijo más y más y más. Como dice la Biblia: La piedad es para el débil. Sin compasión. Sin dolor no hay nada, no hay beneficio, no hay ganancia, no hay provecho. Que los otros se conformen, yo siempre estoy dispuesto a lo que los demás renuncian.

Me criaron y me eduqué en eso, en el rigor, en la perfección, en la exigencia, en la disciplina. Me gusta llevarme al límite, al extremo, lo que me propongo, lo logro. Y si no pudiera me empeño y me empeño hasta conseguirlo, en mi mente no existe el fracaso y si llego a pensar en él o a percibir su asqueroso y nauseabundo olor, inmediatamente lo castigo, como se merece. Lo saco de mi cabeza.



En el segundo 11, la imagen mejora

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