jueves, febrero 28, 2008

¿Más hambre que hueva?

Tengo hambre. Tengo hueva. No sé si tengo más hambre que hueva. Creo que tengo más pereza porque cuando uno está hambriento cualquier esfuerzo parece valer la pensa si hay que comer.

Es el calor. Estoy encerrado en mi cuarto con el aire acondicionado y sigo teniendo calor. El pantalón se me pega a las piernas y siento una asquerosa sensación de humedad en todas mis cavidades. Afuera debe estar mucho peor. No me gusta usar muchas groserías pero ¡qué puto calor está haciendo! Nomás pensar en salir y cocinar a treinta y tantos grados me desalienta. Además, casi no hay nada de comer. Ya estoy harto de todo lo que tengo en el refrigerador.

Estoy harto de estar en esta pinche posición. Postrado sin hacer nada más que estar viendo la estúpida televisión. Ayer corrí y hoy me toca descansar. Ya hasta metí la caminadora a la habitación porque donde estaba antes no había aire y en cada sesión me deshidrataba durísimo. Me bajaba dos litros de Gatorade después de correr.

Mejor voy a comer algo. Pinche hueva. Pinche hambre. Piche tele. Pinche casa gigante para nomás estar encerrado. Estoy harto. Estoy de muy mal humor. Pinche calor. Quiero mandar a todos al carajo. Guess what? No hay a quién mandar al carajo. Me iré yo al carajo.

martes, febrero 26, 2008

Cristina

Cristina es una de las mujeres más importantes de mi vida en este momento. Hoy no la vi. La extrañé. Hace un momento por fin pude comunicarme con ella. Me hizo un anunció. Me dio gusto por ella, sin embargo, no pude reprimir cierta frustración, cierta amargura. La escuché en el teléfono. Me reconoció inmediatamente. No pudo ocultar cierta ansiedad cuando escuchó mi voz.

- Iba a llamar antes… es que hoy no pude ir.

Es mucho tiempo sin verla. Desde el jueves pasado hasta este martes y todo para encontrarse con que no está, no vino, no hay rastro de ella. Por fin llegó el anhelado martes sólo para desilusionarme, para encontrar todo igual, para ver con pesar que Cristina no vino a mi casa.

Cristina es la muchacha que me ayuda a limpiar la casa y hoy no vino. El lugar está hecho un desmadre. El fin de semana pasado me esmeré en dejar todo súper cerdo. Hay trastes y más trastes en mi cuarto. Platos, vasos, botellas de agua vacías, cucharas, tenedores, vasitos de flan, bolsitas de té marchitas y reposando en el fondo de las tazas, servilletas. También hay ropa por todos lados. Bóxers, calcetines, camisetas, shorts, tenis, pantalones, camisas sin planchar, pijama, la cama no se ha tendido desde el jueves. El piso está sucio y una fina capa de polvo ya lo cubre todo. No hablemos del baño.

En la cocina ya empiezan a reproducirse varias especies, hay en la tarja una montaña de trastes que esperaron pacientemente para hoy ser justamente recompensados con un baño de agua caliente y jabón y ahí siguen. Terriblemente desilusionados y tristes de pasar un día más ahí. Ya empieza a oler mal. Los hubiera lavado pero estaba seguro que hoy vendría ella. Las hormigas miniatura empiezan a extender sus dominios, ya se les ve muy activas y ocupando áreas cada vez más amplias de la cocina. Toman posiciones, se preparan para atacar. Ahí van formaditas. Se reúnen alrededor de un chícharo que quedó del atún del otro día. Ellas no extrañan a Cristina.

- Es que ya tengo trabajo en las mañanas.

Cristina quería estudiar Medicina pero no pudo ir a estudiar a Tuxtla por lo que tuvo que quedarse aquí y conformarse con estudiar una carrera que no le gusta. Recién me dijo que abandonó la carrera que odiaba para meterse a estudiar Derecho. Ella tiene expectativas de superación y trabaja porque paga parcialmente sus estudios. Es una buena muchacha y me ayuda mucho, más de lo que yo le puedo ayudar con lo que le pago. Me da mucho gusto que tenga un trabajo donde pueda tener otros horizontes. No quise investigar en qué consiste su nuevo empleo, únicamente mencionó a un Contador, por lo que tal vez sea un trabajo de oficina donde pueda acumular cierta experiencia. Me da gusto por ella, sin embargo, no puedo dejar de sentir cierta frustración al pensar en que la casa va a volver a la suciedad que conoció antes de que Cristina llegara a nuestras vidas.

La casa es muy grande y necesita quién se ocupe de ella. Yo no puedo con tal responsabilidad. No sé ni por dónde empezar cada vez que trato de limpiar. Ella en cambio lo hace todo muy graciosamente, se quita los zapatos y empieza a limpiar. Lo hace ver muy fácil. La veo en la mañana sólo para pedirle más empeño en alguna tarea en particular y me voy confiado en que la casa estará limpia cuando regrese. Me dijo que mañana me llamaría para ver si podía venir temprano a limpiar, supongo que por última vez, y a entregar la llave.

Lo que está fuera de toda discusión es que yo limpie. Puedo limpiar lo que yo tiro pero el polvo, la suciedad acumulada, las telarañas, trapear, barrer limpiar el refrigerador, el baño, eso es para los profesionales. Espero pronto poder conseguir alguien que me ayude. Otherwise, it will be a disaster.

domingo, febrero 24, 2008

Nuestro metro

Casi todos los días desde hace dos años tomo el metro para irme al trabajo. Me levanto, me baño, desayuno, me salgo, camino, entro al metro y me voy al trabajo. Odio mi trabajo y odio a casi toda la gente que trabaja ahí, pero sé que soy muy cobarde como para dejarlo. Me ofrece ciertas ventajas que me resultan bastante convenientes y he aprendido a lidiar con todos los otros inconvenientes que me plantea. Me alcanza para cubrir mis necesidades, puedo aspirar a cierta comodidad financiera, sin lujos, sin grandes posesiones materiales pero con lo suficiente para vivir.

Todos los días después de salir de mi casa me prendo un cigarro, no sé por qué fumo, odio el humo y el olor pero lo hago. Es el único cigarro que fumo en todo el día. Le doy tres o cuatro chupadas, caladas decías tú, antes de tirarlo. Siempre en el mismo lugar, ahí se acomoda junto al otro que tiré el día anterior y el anterior y el anterior, formando una montañita de cigarros muertos. Cada diez o doce días los barren todos y empieza de nuevo.

Me meto al metro y espero el tren. Un rugido ahogado se escucha cada vez más cerca hasta que está frente a mí. Entro y me siento en el mismo lugar de siempre. Nunca veo a las personas que van alrededor, me sumo en el asiento con las manos en los bolsillos y la mirada clavada en el piso, no me interesa mucho nada.

Luego pienso en cuando te conocí. Hace casi cuatro años de eso. Fue en el metro de nuestra ciudad. Estabas sentada frete a mí. Era otoño y aunque en nuestro metro hace calor llevabas puesto el abrigo que me gusta. La mochila en el regazo, los ojos clavados en un libro. De repente, nuestras miradas se encontraron y rápidamente tuve que voltear a otro lado, no pude aguantar tu mirada. A toda la gente que me ve en el metro le doy mi “mirada de desaprobación”, como tú le decías, pero a ti no podía aunque quisiera. Yo llevaba mi suéter favorito, el negro que después diste a la caridad porque decías que me hacía ver muy serio y pálido.

Siempre decías que no recordabas eso pero yo pienso que sí, la verdad es que te gustaba negarlo. Recuerdo que la primera vez que hablamos no fue en el metro sino casi un mes después de esa primera vez cuando me ofreciste compartir la mesa en el restaurante abajo en la calle. Fuiste muy directa cuando me dijiste que me habías visto en el metro esa mañana. Yo traté de fingir cierta indiferencia pero no lo logré. Inmediatamente sentí que enrojecía, ya sabes, nunca he sido bueno con las chicas, soy más bien tímido. Seguiste hablando y me dijiste que te gustaba ese restaurante porque siempre tenía una opción vegetariana y que además te quedaba cerca del trabajo. Yo iba ahí porque era de los pocos lugares en los que seguro no me toparía con nadie del trabajo, aunque no lo mencioné esa vez, no quería parecer antisocial.

Hablamos varias veces después de esa vez. Nos encontrábamos en la mañana en el metro y en la tarde en la comida. Te esperaba a que salieras del trabajo y te acompañaba a tu casa. A veces íbamos a tomar un café antes de ir a tu departamento porque decías que el té chai que venden en el café turco era el mejor que habías probado. Te veía coquetear con los meseros y me sentía feliz. Después caminábamos hasta tu casa por la calle que está cubierta de hojas secas porque te gustaba pisarlas.

Después todo pasó muy rápido. Pasabas algunas noches en mi casa y a veces yo me quedaba en la tuya. Me enamoré de ti. Pensé que estaríamos juntos para siempre pero no fue así. Decías que te gustaba la forma en que te abrazaba y como podías reírte de cualquier cosa cuando estabas conmigo. Decías que te gustaba mi sentido del humor. Pero te fuiste. Me dejaste solo, me abandonaste. Me anunciaste que te ibas.

- ¡Lárgate entonces! ¡No quiero volver a verte! ¡Deja de estar jodiéndole la vida a la gente! ¡No vuelvas más!
- No tiene que ser así, no lo hagas más grande de lo que es.
- Yo te quería y me traicionaste.
- No seas melodramático. Esto no es una telenovela.
- No te conozco, no sé por qué actúas así.
- Estás exagerando, siempre podremos ser amigos, yo te quiero.
- Entonces no te vayas, quédate aquí, conmigo, juntos, no tienes que irte con él, nosotros seremos felices.
- Ya no. Te quiero pero no así, no creo que debamos seguir juntos.

La última vez que nos vimos fue en tu casa. Te avisé que dejaba la ciudad. Ingenuamente te pedí que vinieras conmigo. Me despediste con un beso en la mejilla, me dijiste que me querías y cariñosamente me acariciaste la cara, luego subieron mis maletas a un taxi y entré en el. El taxi se alejaba y tú hablabas por tu celular: Ya se fue. ¿Puedes venir ahora?... Es que no quería irse, lo siento… no te enojes… OK, te espero, no tardes… Muy bien, te quiero. Adiós.

Casi todos los días desde hace dos años tomo el metro para irme al trabajo. Cada vez que me subo inevitablemente pienso en ti y en dónde estarás. A veces me ha parecido ver tu cara entre las personas que viajan pero no, siempre es alguien más. Además es otro metro, no es nuestro metro. Me da rabia pensar que desperdicié mi tiempo, que nunca me tomaste en serio, que sólo estabas conmigo porque no querías comer sola en el vegetariano, porque te daba hueva regresarte sola después del café. Tal vez debería de dejar de tomar el metro y pensar en comprar un coche.

miércoles, febrero 20, 2008

Puentes

Una vez un amigo me dijo que lo que más le gustaba de vivir en México eran los puentes. No los puentes peatonales ni los vehiculares sino esas afortunadas coincidencias en las que a un día feriado le sigue el fin de semana o al revés, un lunes de descanso después del fin.

Recuerdo que cuando era chico los puentes eran un gran tema, una discución pues todos deseaban que los días festivos fueran viernes o lunes para poder pegarlos con el fin de semana y lograr la hazaña de tener un fin de semana largote. Antes no era como ahora, en la que el día feriado se recorre al lunes o al viernes, según la cercanía, para poder tener puente siempre.

Antes tener un puente era como ver alinerase los planetas, por eso eran tan añorados y esperados. Recuerdo que hasta se contaba cuántos puentes iba a haber en el año, así había la posibilidad de tener tres o dos o uno... o ninguno.

Hoy en cambio el puente siempre está ahí. Se tiene como una conquista de la Revolución, como algo dado. Creo que es lo único bueno que han hechos los diputados.

Una vez vi un calendario escolar y me quedé analizando largamente toda la variedad de símbolos que tienen para marcar fechas, efemérides, inicios de cursos, fin de cursos y todas las actividades de un año escolar. En ese calendario, a los puentes se les daba un nombre excepcional, digno del barroco mexicano y todas sus fórmulas oficiales para darle gran ceremonia a todo:

Suspensión programada de actividades por sucesión de días inhábiles.

Al tipo al que se le ocurrió tal eufemismo mínimo le tocó una subsecretaría en la SEP.

Yo pienso que los puentes son necesarios para el correcto funcionamiento de toda la sociedad. Un puente sirve como un estímulo, como un aliciente, siempre es mejor mirar al horizonte y ver, aunque sea muy lejano, un puente. Un puente da una razón para seguir adelante, hace que parezca que merece la pena el desvelo de ahora para alcanzar lo largamente añorado. No hay nada peor que tener frente a sí un desierto, tierra estéril y seca que no ofrece nada al que la pisa. No hay nada peor que haber perdido la esperanza y un puente siempre es esperanza, una oportunidad para descansar, una tregua al trajín diario, al estrés, al desgaste, a la frenética vida moderna.

Creo que los puentes sirven como válvulas de escape, ayudan al equilibrio de la sociedad, permiten que las cosas puedan seguir funcionando. Si no hubiera puentes, nuestras vidas pasarían mas grises y leves de lo que pasan ahora. Un puente siempre es un buen pretexto para hacer un plan con los amigos, para darse unas merecidas minivacaciones, para descansar.

Lo malo es que en Guatemala casi no hay puentes. Así que espero que los que están en México aprovechen todos los puentes.

martes, febrero 19, 2008

Two more years

Esta es una de mis canciones favoritas de Bloc Party. Recuerdo cuando la tocaron en el concierto del año pasado en el Auditorio Nacional. La escuché hoy y me puse a pensar en lo que significan las cosas en momentos distintos de la vida de uno. En fin. Hope u like it.






Esta es la letra de la canción. Creo que el último verso es lo máximo, en especial por la manera en que lo canta Kele Okereke, como yendose sobre la canción ya al final.

In two more years, my sweetheart, we will see another view
Such longing for the past for such completion
What was once golden has now turned a shade of grey
I've become crueler in your presence

They say: "be brave, there's a right way and a wrong way"
This pain won't last for ever, this pain won't last for ever

Two more years, there's only two more years
Two more years, there's only two more years
Two more years so hold on

Two more years...

You've cried enough this lifetime, my beloved polar bear
Tears to fill a sea to drown a beacon
To start anew all over, remove those scars from your arms
To start anew all over more enlightened

I know, my love, this is not the only story you can tell
This pain won't last for ever, this pain won't last for ever

Two more years...

You don't need to find answers for questions never asked of you
You don't need to find answers
You don't need to find answers for questions never asked of you
You don't need to find answers

Dead weights, balloons
Drag me to you
Dead weights, balloons
To sleep in your arms

I've become crueler since I met you
I've become rougher, this world is killing me

And we cover our lies with handshakes and smiles
And we try to remember our alibis
We tell lies to our parents, we hide in their rooms
We bury our secrets in the garden
Of course we could never make this love last
I said of course we could never make this love last
The only love we know is love for ourselves
We bury our secrets in the garden

domingo, febrero 17, 2008

SKY


Ya me puse el SKY. Ya había aguantado cuatro meses sin televisión y de repente no sé porqué me entró la impaciencia por ver la televisión. No sólo contraté el servicio sino que en contra de todo lo que siempre había pregonado, lo hice instalar en mi dormitorio. Ayer me la pasé encerrado viendo la televisión. Lo único que vi que me pareció entretenido fue un capítulo de Pimp my Ride todo lo demás fue una verdadera pérdida de tiempo. Únicamente interrumpí mi orgía televisiva para correr y después para bañarme, hacerme de comer y luego otra vez a estupidizarme con la tele. Vi el partido del América y ni siquiera eso fue bueno porque perdió. Luego estuve viendo la tele otra vez hasta bien entrada la madrugada, pura pérdida de tiempo. Desperdicié un día completo de mi vida vida frente a la televisión, algo que siempre he aborrecido y ahora aquí estoy, preocupándome porque me instalaran el SKY, para poder acostarme comodamente frente a la televisión a perder el tiempo miserablemente, sin aportar absolutamente nada, sin hacer absolutamente nada más que estar.


Además de todo eso, cuando los instaladores finalmente terminaron su trabajo, me recordaron algo que había olvidado por completo: recuerde que el contrato es forzoso por un periodo de 18 meses.


Me cayó como una cubetada de agua fría, sobre todo porque me recordó, así de manera intempestiva, que todavía me queda un buen tiempo aquí.


¿Qué pasará primero? ¿Me iré antes de 18 meses y tendré que pagar la penalización de SKY o cumpliré el plazo del contrato y seguiré aquí? Si me voy a donde quiero irme, bien vale la pena pagar la penalización, sin duda. Si sigo aquí después de 18 meses, espero ya estar preparándome para irme a donde quiero ir. Pero... si sigo aquí después de 18 meses y sin ninguna expectativa. No quiero pensar en eso. No quiero pensar en eso.


El contrato de SKY es de 18 meses. ¿Y yo? ¿Mi contrato de cuánto es? ¿Tengo contrato? ¿Es forzoso o se puede salir uno cuando quiera? ¿Leí las letras chiquitas? ¿Firmé el contrato? ¿Estoy conforme con los términos del contrato? ¿Dónde está el contrato? ¿Hay manera de renegociarlo? ¿Está dipuesta la otra parte? ¿Estoy dispuesto yo?


Ahora cada que vea la tele voy a estar pensado en eso. 18 meses y contando...

lunes, febrero 11, 2008

Vacaciones


Las mejores vacaciones de mi vida

Una de perros

Crónicas Neuróticas
Rafael Pérez Gay
11 de febrero de 2008 en El Universal
No oyes ladrar al perro

Un día tuve que pagar rescate por un perro. Max Bebe Ocampo era un mini schnauser gris, elegante como pocos y guapo como ninguno. Casi no invitamos gente a la casa, pero cuando eso ocurría, al recibirlos yo les decía:

—Lo más fino y caro que hay en este hogar lo tenemos en la cochera.

Max vivía en el garage. Hasta donde pude interpretar su compleja y oscura psique, él deseaba con todo el corazón ser un perro callejero. Se escapaba de la casa cada vez que la puerta se quedaba entreabierta y a él le daba la gana. Su pasión ingobernable nos ocasionaba serios problemas pues cada vez que alguien tocaba el timbre había que encerrar al perro, o encerrarnos nosotros para que Max Bebe no huyera. Una vez una señora muy amable acabó con su aventura de libertades callejeras y nos lo devolvió después de dos horas incesantes de búsqueda en las calles de la colonia. Mis hijos, que entonces eran niños, lloraban porque Max se había perdido. Lágrimas de cocodrilo, Max nunca les importó un comino. La señora amable tocó el timbre, abrió la cajuela de su coche, sacó de ahí a Max y nos dijo en tono de reproche:

¿Lo encontré como a diez cuadras y por casualidad? La señora se sentía Josefa Ortiz de Domínguez, de hecho se parecía a doña Josefa.

Lo que la señora quería decirnos es que éramos unos descuidados y unos irresponsables. Desde luego lo reprendí. Le grité con un vozarrón de sargento que eso era inadmisible y lo mandé a su casa castigado. Fue la primera vez que pensé en Max Bebe Ocampo como un animal con serias alteraciones de la personalidad, un rebelde sin causa, un desadaptado, un egoísta al que no le importa hacer daño a los otros siempre y cuando satisfaga sus deseos. No pocas veces me vieron los vecinos persiguiendo a Max por los alrededores y llamándolo primero con frases comprensivas y luego con gritos desesperados para que volviera. Y de nuevo, castigado a su casa.

En ese tiempo, un olor extraño invadió la casa, sobre todo por la noche. Cuando nos acostábamos, mi mujer o yo decíamos:

¿Hueles eso?

Sí, qué será.

Yo sospechaba que la cosa tenía que ver con Max Bebe Ocampo. Durante días lo espié, lo seguí dentro de la casa hasta que descubrí, lleno de estupor, el origen de aquellos olores penetrantes. Después de purgar su condena en el garage por los intentos de fuga, Max entraba a la casa y lo primero que hacía era dirigirse a nuestro cuarto, subirse de un salto a la cama y orinarse en la colcha, a la altura de las almohadas. Ardió Troya. Cuando lo descubrí en flagrancia, lo tomé del lomo y le di en el hocico tres sopapos. Luego vino lo peor. Mi postura fue inamovible: el perro se va, además es un estúpido, nunca aprendió ninguna gracia. La oposición insistía en que le diéramos otra oportunidad. En esas estábamos cuando una mañana en que el barrendero recogía la basura, la luz de la calle penetró a través del umbral de la puerta y Max huyó. Lo fuimos a buscar en coche, yo al volante, mis hijos atrás con ojos de lince. Yo iba pensando: que no aparezca, que no aparezca. Y no apareció. Perfecto, pensé, se acabó el problema del perro egoísta. Los niños lloraron un poco, más lágrimas de cocodrilo, y se resignaron. Sonó el teléfono:

¿Ustedes son los Pérez? Yo tengo a su perrito, me dijo una voz corroída por la vida del arrabal. Si me da mil pesos, se lo devuelvo.

Max tenía en el collar una lámina con nuestro apellido y el número de teléfono de la casa. Amigos cercanos que nos quieren bien nos regañaron, que eso jamás debe hacerse, que era una invitación al asalto con violencia y al secuestro, pero qué barbaridad, en fin, yo los entiendo, en la Ciudad de México todos se transforman en algún momento en paranoicos irremediables. Le pedí una prueba de vida al secuestrador y él me la dio pues oí ladrar a Max Bebe. Le ofrecí quinientos pesos y él aceptó:

Estoy en la calle de Durango, en el camellón, frente al hospital. Es que mi mamá está enferma.

Cuando colgué el teléfono, mi mujer me dijo:

¡No vayas, puede ser una trampa! ¿De verdad estaba preocupada? Ya dije que la ciudad nos vuelve paranoides. Por favor, hazlo por tus hijos.

Desestimé los ruegos y fui por el perro. Para pagar el rescate, antes fui al cajero. Ahora me asaltan aquí y nos jodimos, pensé. Le dije al secuestrador que nada más había conseguido trescientos. Él los aceptó y antes de desaparecer me dijo:

Casi lo atropellaban.

Regresé a la casa con Max y me sentí feliz; luego me sentí un estúpido. Dos días después, Max Bebe Ocampo no pudo refrenar sus oscuros deseos. Nunca más lo volvimos a ver. Los niños lloraron y yo me sentí triste. Si ustedes han tenido alguna vez una relación neurótica, sabrán entenderme.

sábado, febrero 02, 2008

Iguana


A mi casa se mete una iguana. Todos me dicen que son inofensivas, que no exagere, que no es para tanto pero yo no la soporto. Odio pensar que está ahí en la planta baja descansando, paseando su asqueroso cuerpo por toda la casa mientras yo arriba me encierro para que no entre. Odio entrar a la cocina y prender la luz y tener que estar pensando si no estará ahí la pinche iguana agazapada esperando que yo entre para asustarme. Ya sé que no está pensando en asustarme y que probablemente ella se asusta más que yo pero odio su imagen, su recuerdo, su presencia fantasmal, su pinche cara de iguana. Nunca mejor aplicado el calificativo. En la prepa había un tipo al que le decían el cara de iguana pero de verdad que su cara no estaba ni cerca de ser tan repulsiva como la de una iguana de verdad. Y vaya que era feo.

En Tecún ahora es la época en que venden carne de iguana en mole. ¡Que se las coman a todas! ¡Por un mundo libre de iguanas!

El otro día me dijeron que éste era su hábitat y que seguro las iguanas tenían miles de años de vivir aquí y que no tenía derecho a matarla. Que el intruso era yo. Tal vez sí. Seguro que cumplen alguna función con la que contribuyen al equlibrio ecológico y que no hacen ningún daño pero yo simplemente no la soporto.

Para los que somos de otro lado, los que hemos vivido siempre en un departamento en el DF, como es mi caso, estar aquí es estar casi en la jungla. ¡Sin exageración! Allá no hay ejércitos de hormigas, no hay lagartijitas güeras de esas que les dicen geckos, no hay extraños animales voladores, no hay cucarachas tamaño caguama y por supuesto no hay iguanas. Discúlpenme pero para mi ver una pinche iguana es como ver un dinosaurio, me siento en Jurassic Park cuando el Velociraptor está persiguiendo a los chavitos ñoños por toda la cocina. No me gustan las iguanas y no me gusta que se metan a mi casa.

Con todo, respeto a todos los animales y estoy totalmente en contra de cualquier trato cruel hacia ellos. Me indiga que maltraten a los animales y estaría de acuerdo con que se impusieran sanciones y castigos severos a todo aquél que le provoque cualquier tipo de sufrimiento a un animal. Pero la iguana ya me está rompiendo las pelotas, como dicen los argentinos.

Odio que se meta pero de ahí a que yo le haga algo hay una gran distancia, sin embargo, últimamente ha estado haciendo algo que no le tolero.

Y es que la iguana ha decidido que cada vez que entra a la casa le dan ganas de cagar y como su majestad no puede cagar agusto en el jardín de adelante o el de atrás o en cualquier otra casa que no sea la mía pues siempre caga en la mitad de la sala. Y eso sí que no se lo consiento. No obstante mi odio y mi rencor hacia ella todavía decide que quiere burlarse de mí y venir a cagarse a mi propia casa.

Obviamente no tengo manera de probar mi dicho pero estoy seguro que la pinche iguana lo hace a propósito, le gusta joderme y por eso viene a cagarse en mi mera jeta, no lo hace de a gratis, no para nada, piensa en donde hacerse para que lo primero que vea cuando entro sea su pinche caca.

Estoy francamente harto y por este medio quiero avisarle a la iguana que está advertida, que a la próxima que siga con sus idioteces voy a tomar medidas extremas y que no pienso seguir limpiando sus porquerías. Ya estuvo bueno de querer verme la cara de tonto.

Iguana, estás advertida.