Casi todos los días desde hace dos años tomo el metro para irme al trabajo. Me levanto, me baño, desayuno, me salgo, camino, entro al metro y me voy al trabajo. Odio mi trabajo y odio a casi toda la gente que trabaja ahí, pero sé que soy muy cobarde como para dejarlo. Me ofrece ciertas ventajas que me resultan bastante convenientes y he aprendido a lidiar con todos los otros inconvenientes que me plantea. Me alcanza para cubrir mis necesidades, puedo aspirar a cierta comodidad financiera, sin lujos, sin grandes posesiones materiales pero con lo suficiente para vivir.
Todos los días después de salir de mi casa me prendo un cigarro, no sé por qué fumo, odio el humo y el olor pero lo hago. Es el único cigarro que fumo en todo el día. Le doy tres o cuatro chupadas, caladas decías tú, antes de tirarlo. Siempre en el mismo lugar, ahí se acomoda junto al otro que tiré el día anterior y el anterior y el anterior, formando una montañita de cigarros muertos. Cada diez o doce días los barren todos y empieza de nuevo.
Me meto al metro y espero el tren. Un rugido ahogado se escucha cada vez más cerca hasta que está frente a mí. Entro y me siento en el mismo lugar de siempre. Nunca veo a las personas que van alrededor, me sumo en el asiento con las manos en los bolsillos y la mirada clavada en el piso, no me interesa mucho nada.
Luego pienso en cuando te conocí. Hace casi cuatro años de eso. Fue en el metro de nuestra ciudad. Estabas sentada frete a mí. Era otoño y aunque en nuestro metro hace calor llevabas puesto el abrigo que me gusta. La mochila en el regazo, los ojos clavados en un libro. De repente, nuestras miradas se encontraron y rápidamente tuve que voltear a otro lado, no pude aguantar tu mirada. A toda la gente que me ve en el metro le doy mi “mirada de desaprobación”, como tú le decías, pero a ti no podía aunque quisiera. Yo llevaba mi suéter favorito, el negro que después diste a la caridad porque decías que me hacía ver muy serio y pálido.
Siempre decías que no recordabas eso pero yo pienso que sí, la verdad es que te gustaba negarlo. Recuerdo que la primera vez que hablamos no fue en el metro sino casi un mes después de esa primera vez cuando me ofreciste compartir la mesa en el restaurante abajo en la calle. Fuiste muy directa cuando me dijiste que me habías visto en el metro esa mañana. Yo traté de fingir cierta indiferencia pero no lo logré. Inmediatamente sentí que enrojecía, ya sabes, nunca he sido bueno con las chicas, soy más bien tímido. Seguiste hablando y me dijiste que te gustaba ese restaurante porque siempre tenía una opción vegetariana y que además te quedaba cerca del trabajo. Yo iba ahí porque era de los pocos lugares en los que seguro no me toparía con nadie del trabajo, aunque no lo mencioné esa vez, no quería parecer antisocial.
Hablamos varias veces después de esa vez. Nos encontrábamos en la mañana en el metro y en la tarde en la comida. Te esperaba a que salieras del trabajo y te acompañaba a tu casa. A veces íbamos a tomar un café antes de ir a tu departamento porque decías que el té chai que venden en el café turco era el mejor que habías probado. Te veía coquetear con los meseros y me sentía feliz. Después caminábamos hasta tu casa por la calle que está cubierta de hojas secas porque te gustaba pisarlas.
Después todo pasó muy rápido. Pasabas algunas noches en mi casa y a veces yo me quedaba en la tuya. Me enamoré de ti. Pensé que estaríamos juntos para siempre pero no fue así. Decías que te gustaba la forma en que te abrazaba y como podías reírte de cualquier cosa cuando estabas conmigo. Decías que te gustaba mi sentido del humor. Pero te fuiste. Me dejaste solo, me abandonaste. Me anunciaste que te ibas.
- ¡Lárgate entonces! ¡No quiero volver a verte! ¡Deja de estar jodiéndole la vida a la gente! ¡No vuelvas más!
- No tiene que ser así, no lo hagas más grande de lo que es.
- Yo te quería y me traicionaste.
- No seas melodramático. Esto no es una telenovela.
- No te conozco, no sé por qué actúas así.
- Estás exagerando, siempre podremos ser amigos, yo te quiero.
- Entonces no te vayas, quédate aquí, conmigo, juntos, no tienes que irte con él, nosotros seremos felices.
- Ya no. Te quiero pero no así, no creo que debamos seguir juntos.
La última vez que nos vimos fue en tu casa. Te avisé que dejaba la ciudad. Ingenuamente te pedí que vinieras conmigo. Me despediste con un beso en la mejilla, me dijiste que me querías y cariñosamente me acariciaste la cara, luego subieron mis maletas a un taxi y entré en el. El taxi se alejaba y tú hablabas por tu celular: Ya se fue. ¿Puedes venir ahora?... Es que no quería irse, lo siento… no te enojes… OK, te espero, no tardes… Muy bien, te quiero. Adiós.
Casi todos los días desde hace dos años tomo el metro para irme al trabajo. Cada vez que me subo inevitablemente pienso en ti y en dónde estarás. A veces me ha parecido ver tu cara entre las personas que viajan pero no, siempre es alguien más. Además es otro metro, no es nuestro metro. Me da rabia pensar que desperdicié mi tiempo, que nunca me tomaste en serio, que sólo estabas conmigo porque no querías comer sola en el vegetariano, porque te daba hueva regresarte sola después del café. Tal vez debería de dejar de tomar el metro y pensar en comprar un coche.