jueves, agosto 07, 2008

Se solicita chofer

Un hombre buscaba empleo como chofer. No sabía si le entusiasmaba mucho ese trabajo. Pensaba que era fácil manejar y sabía hacerlo, a su 22 años era lo único que había aprendido a hacer, además, era cierto que para todas las otras cosas era un perfecto inútil; su madre se había encargado de recordárselo cada vez.


- Eres un cretino, un mentecato y un bueno para nada, deja de estar de flojo y consigue un trabajo.


Mientras paseaba su mirada por los clasificados del periódico de esa mañana, le llamó la atención un anuncio encerrado en un cuadrito en la esquina inferior derecha, donde nadie busca empleo. Esa esquina en general no es popular.


Se solicita chofer.
Discreto.
Que conozca el poniente de la ciudad.
Horario de 7 am a 7 pm.
Referencias.
Comunicarse al 302 - 06 - 303.


Ahí acababa. Pensó que cumplía con todos los requisitos excepto el de las referencias, había perdido su último trabajo como chofer hacía seis meses. Lo despidieron porque le gustaba jugar arrancones con el coche de la patrona y un día mató a un cerdo. Siempre recordaba el momento con risas escandalosas y decía que nada hubiera pasado si el cerdo no se hubiera escapado del chiquero, además, se justificaba, no le gustaba trabajar ahí, siempre olía a abono y le quedaba lejos de su casa, fuera de la ciudad.


Cuando habló al teléfono del anuncio, le dijeron que se presentara al día siguiente con cartas de recomendación. Pensó que no sería problema y rápidamente falsificó un par con los teléfonos de sus amigos, les advirtió que estuvieran atentos por si llamaban, sólo tendrían que decir que era honorable y responsable y todo esas cosas que dicen esas cartas.


Llegó con un fólder arrugado y manchado bajo el brazo. Tenía las cartas, tenía la dirección, tenía puesta una corbata de esas delgaditas y pasadas de moda que su padre había dejado en el armario antes de abandonarlo a él y a su madre, y tocó el timbre.


Una mujer de ojos saltones le abrió la puerta. Trató de disimular su sorpresa pero no pudo, hizo un gesto de repulsión.


- ¿Tú eres el chofer?
- Sí, bueno, pues vengo a eso.
- Entra.


Era notorio el abandono de la casa, las plantas crecían neciamente pegadas a los muros, una vieja fuente llena de agua apestosa y verde, el musgo crecía en el piso, el pasto estaba alto y apenas se podía pasar entre él sin que le diera a uno en la cara.


Entraron a un salón grande y semivacío con un ventanal que daba al jardín posterior, donde un viejito con la mirada como de ratón asustado se paseaba con un machete en la mano. La luz del sol entraba por todos lados y se veía una nube de fino polvo flotando por ahí, descansado en el aire, elevándose. Apenas se escuchaba el ruido de la calle, el ruido de los coches disminuido.


- Espera aquí, ahora baja.
- Sí, aquí traigo mis cartas...


La mujer no terminó de escuchar lo que él decía y se perdió por una de las puertas de la casa. Se quedó parado en medio del salón pues no había dónde sentarse, el viejito volvió a pasar por el jardín y le dio una mirada de desconfianza. Él tímidamente agitó la mano en el aire pero el hombre lo ignoró.


Él no era un mal tipo, era un cínico y no le importaba nada mucho, pero ahora tenía que conseguir dinero para que su madre no lo molestara. Había tomado un curso de seis semanas para ser chofer y era lo único que sabía hacer. También sabía que no había que esperar mucho de la vida y que de todos modos él no estaba dispuesto a hacer mucho para ganar un poco. Su vida estaba bien como estaba y lo único que quería era que no lo jodieran.


Pensaba en todo eso cuando del piso superior de la casa se escuchó una voz con un marcado acento extranjero, apenas distinguió algunas palabras. Bajó un hombre flaco, con el cabello muy arreglado y los zapatos lustrosos. Inmediatamente pensó en los suyos, que estaban polvosos y opacos. Al pie de la escalera, el hombre se detuvo.


- ¿Es usted el chofer?
- Bueno... sí.
- Muy bien. Vámonos.
- ¿A dónde?
- Eso no le importa, usted sólo maneje.


Caminaron a la cochera, el viejito del machete abrió la puerta y él se sentó al volante, las llaves estaba pegadas. El hombre flaco se sentó en el asiento trasero, se puso unos lentes de sol y le ordenó:


- Lléveme al Panteón Militar
continuará...

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