Los días están cargados de una bruma densa, hay una espesa grisura en el ambiente y se ha impregnado todo de una tristeza de la que no hay manera de abstraerse. Una vieja bicicleta oxidada por el abandono y la soledad. En el aire, el aroma de tu cuerpo fresco se desvanece, el recuerdo de tu cintura breve, tus piernas largas, tus labios carnosos.
Tu mirada huidiza, la manera de contestar con monosílabos, tu ansia contenida, el deseo. Mi mano en tu espalda, te estremeces. Cómo volver a eso, se ha quedado atrás. Si quieres saberlo, todavía me duele la mano con el frío.
Una musiquita alejada, apenas sugerida, el ruido sordo de la calle, las gotas se estrellan neciamente contra la ventana, no se puede lavar la mugre, no se puede lavar la tristeza. El agua todo lo distorsiona, desdibuja los límites, junta una cosa con otra. Una opresión en el pecho, la amarga sensación de haberlo perdido todo.
Sabía que te irías pero no creí que fuera ahora, no pensé que te llevara la lluvia, no me ha dado tregua en meses, no hay peor época para irse, no te importó mojarte los zapatos. No creo que regreses con la lluvia (no creo que regreses nunca), pero por lo menos me hubiera gustado verte caminar trabajosamente entre los charcos, arrastrando tu maleta, eso, me lo debes.
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